(By Carlos)
La mañana del lunes 24 de marzo de 2014 amaneció radiante, como mi cara tras una nueva victoria del Barça en el Bernabéu. Tuve claro que ese día merecía un buen desayuno argentino y así fue, al enorme capuccino y a la media luna (como le llaman por aquí a los croissants) les acompañó la lectura de la prensa local que informaba brevemente de lo sucedido en el clásico, destacando, como no podía ser de otra forma, la gran actuación de Messi. Fotito enmarcando el momento para Instagram y a disfrutar de esos preciosos instantes que te regala la vida.
Más tarde tomábamos un bus que nos llevaría de Puerto Iguazú a Buenos Aires en un trayecto de unas 20 horas. Antes, nos regalamos un tradicional bocadillo de milanesa. Sí, empezábamos a estar bastante integrados en Argentina :)
La marcha hacia la capital se retrasó debido al corte de carreteras por parte de maestros que reclamaban una subida de salarios ante la creciente inflación que afectaba al país. No pudimos avanzar durante varias horas, pero nada más. La protesta fue pacífica. Nos contaron que eran habituales este tipo de reclamaciones al Gobierno cuando éste no ajustaba los salarios en momentos como el actual. Nos lo tomamos con calma. Cualquier protesta en Argentina me despierte de entrada un cierto sentimiento de comprensión. La idiosincrasia del país da como para que siempre haya motivo tanto para el descontento como para todo lo contrario. Además, no teníamos prisa y encima tuvimos la suerte de tener una especie de upgrade en nuestro colectivo (autobús), que resultó de pasar a un nivel superior y con asientos de lujo. Así que peliculita, charla con algunos pasajeros y cabezadita de casi 10 horas, como bebés.
La llegada a Buenos Aires no pudo ser mejor. Nos alojaríamos en la casa de Brenda y Rodrigo, argentinos aficandos en la capital bonaerense desde hace mucho, pero con raíces en Rosario y La Plata. Brenda es prima de mi amiga Gabi, la novia de mi querido amigo Marcial, y Rodrigo es su marido. Brenda y Rodri estuvieron en Barcelona hace bastante tiempo y yo les dejé unos carnets para asistir a un partido del Barça, pero nunca nos habíamos visto en persona. No era necesario. Ahí empezamos a comprobar el carácter hospitalario argentino. No dejaría de sorprendernos.
La casa en la que nos alojábamos era acogedora y muy espaciosa, situada en el agradable barrio de Caballito y, aunque al llegar no se encontraban sus dueños, el recibimiento de Alicia, que trabaja desde hace años ahí, y los cariños de la mimosa perra Atenea nos iluminaban las caras. Por si fuera poco, Brenda nos dejó una nota en la que nos invitaba a ponernos cómodos en los dos cuartos de la casa y a dar cuenta de una bandeja de alfajores que presidía la mesa de la cocina, así como de la repleta nevera. Todo eso, junto a la contraseña del siempre necesario wifi, dos tarjetas de metro (cargadas!!) y una invitación al asado que esa noche tendríamos con ellos en el jardín de la casa ¿Se podía pedir más?
Pues aún tuvimos más. En Buenos Aires cuento con dos buenos amigos, Javi y Sole, una pareja de argentinos de treinta y tantos que vivieron durante unos años en Pollença (Mallorca), donde les conocí. Javi es cocinero y trabajó en el restaurante del Hotel Formentor, el Pi. Allá conocieron a los Buadas (Juanmi, Kiko, Alfonso y Bea), cuatro hermanos pollenciles amigos de ambos y a los que hay que conocer. Yo cada año paso algunos días en Pollença y durante varios años eso suponía además ver a Javi y Sole. Luego éstos decidieron volverse a Argentina, donde viven actualmente junto a sus dos preciosas niñas, Lucía y Emilia, y ahora que yo pasaba por ahí no podía dejar de visitarles.
Al decirle que ya estábamos en Buenos Aires, Javi se ofreció inmediatamente a llevarnos a comer asado «a la mejor parrilla del universo». Vale, sí, tendríamos asado también por la noche, pero teníamos hambre, estábamos en Buenos Aires y… ¿Cómo rechazar una invitación como esa? Pues allá que nos llevó Javi, hacia Tigre, a las afueras de la ciudad, al restaurante Las Carretas, donde a él mismo le llevó un amigo cuando volvió a Argentina. Por el camino nos empezamos a poner al día y durante la comida seguimos haciéndolo, intercalando la conversación con comentarios del tipo «cómo está esto», «ufff qué tierna», «más vino por favor» o «este cochinillo está de muerte». No hase falta desir nada más.
Con Javi visitamos Tigre, junto al río. Una zona preciosa , aunque vacía un martes al mediodía. Sin embargo, el paseíto al sol para bajar la comilona sentó mejor que bien. Luego nos llevó a conocer la Boca, lleno de colores y de pequeños balcones con ropas colgadas, el barrio en el que se encuentra el famoso estadio de La Bombonera, donde juega Boca Juniors. La zona está hoy muy enfocada al turismo, pero sigue siendo un rincón singular con historia, que merece la pena visitar. Otro día recorrimos las calles y el mercado de San Telmo, con tango y tertulias de café en el ambiente.
Y hablando de historia, el gran colorido de la Boca procede al parecer del hecho de que sus habitantes, pobres en su mayoría, utilizaban los sobrantes de pintura que traían los marineros para pintar sus casas y cuando se acababa seguían pintando con cualquier otra. Eso hacía que las viviendas resultaran de colores muy diversos.
Otra curiosidad, muy conocida, es que los colores azul y amarillo de Boca Juniors, que llenan actualmente el barrio, se escogieron al azar. Los fundadores del club estaban sentados mirando al mar cuando decidieron que los colores de su equipo serían los de la bandera del primer buque que vieran acercarse. Fue un barco sueco.
En un bar de la Boca pintado al modo bostero (del club Boca Juniors) me tomé un excelente espresso, porque Argentina es de esos países donde los cafeteros pueden darse por satisfechos. No es difícil encontrar café de calidad.
Tras visitar la preciosa librería de El Ateneo, nos encontramos ya con Brenda y Rodri en su casa. Su amabilidad ya había quedado probada, su hospitalidad no dejó de impresionarnos, ampliada a la madre de Brenda, Cristina, quien se unió a nosotros en más de una ocasión. Conocidos en persona, vimos además lo bien que lo íbamos a pasar a su lado. Brenda es farmacéutica, amante de los animales, hincha de River y amante de los viajes y de la buena vida, algo que nos une, por supuesto :) Lo mismo puedo decir de Cristina, que nos invitó a su elegante apartamento en Puerto Madero, y de Rodri, periodista deportivo en la ESPN, especializado en fútbol internacional y algo más simpatizante de Boca. A ambos les une una amistad con Gabi Milito y, por tanto, con Independiente, lo que un día nos llevó a visitar una de las canchas con más historia del fútbol argentino.
El primer encuentro en persona con nuestros anfitriones fue con un asado casero en preparación. Ya habíamos tenido uno asadísimo ese día, pero este no desmereció en absoluto y fuimos incapaces de renunciar a un solo pedacito de las delicias que Rodri iba sacando de la parrilla con ese estilo innato que parecen adquirir todos los argentinos para cocinar la carne. Brenda demostró previamente que ella también conocía perfectamente cómo preparar unas buenas brasas. Un gran equipo, vamos. El vino, como fue habitual en nuestra estancia en el país, a gran nivel. Mención especial en este caso para un descubrimiento bonaerense, el matambre a la pizza, la jugosa carne con algo de tomate y queso por encima, todo fundido. (Siento que este post resulte algo molesto para los vegetarianos, pero un carnívoro como yo debe recordar el disfrute de paladar que viví estos días).
Así pues, disfrutamos de nuestros anfitriones tanto como de su ciudad. Fuimos en varias ocasiones a cenar, compartimos desayunos a base de diferentes tipos de alfajores (el dulce nacional), probamos el excelente helado de dulce de leche (ok, quizás sea este el dulce nacional, que son muy sweet los argentinos y argentinas), tuvimos otra cena casera tras vivir el acontecimiento nacional que supone un Boca-River (con más alegría por parte de la pareja Brenda-Carlos ante la victoria a domicilio 1-2 de los Gallinas), paseamos de noche por la lujosa área de Puerto Madero, salimos a cenar y a bailar por el animado barrio de Palermo y cerramos el círculo cenando en el restaurante de Javi, lo único a lo que nos dejaron invitarles a lo largo de los 12 días que pasamos en su casa. No hay palabras.
Gratitud eterna, amigos para siempre y esperemos que futuros encuentros aquí o allá.
Así pues, nuestra larga estancia en Buenos Aires se podría explicar por las enormes facilidades con las que nos encontramos para visitar una de las más importantes y más interesantes capitales del mundo, pero lo que realmente justificó el quedarnos más tiempo que en ninguna otra parte fue lo bien que lo pasamos en todo momento, junto a nuestros anfitriones, junto a Javi y Sole y junto al resto de amigos y amigas argentinos que fuimos conociendo.
No hay nada mejor que conocer los lugares con locals y en Argentina eso se multiplica exponencialmente, porque el dicho «los amigos de mis amigos son mis amigos» tiene su máxima expresión en ese país. Cualquier amigo que te presente a los suyos, inmediatamente te convierte en uno más y ellos pasan a tratarte no solo como uno más, sino como un invitado, es decir, con la hospitalidad abrumadora de la que hacen gala.
Así, gozamos en primera línea de un partido de Independiente, al que nos llevaron y trajeron amigos de Rodri; navegamos, comimos, bebimos, pescamos y reímos (más o menos por ese orden) en el río de La Plata en la barca de Ramiro, amigo de Javi, cuya casa también fue escenario de otro gran asado al que invitaron a los primos lejanos; bailamos con el espectáculo callejero de percusión de La Bomba del Tiempo y nos encontramos en diversas ocasiones con Joaquín, el socio de Javi y Sole en el restaurante Hemingway.
Javi y Sole son propietarios de un par de negocios, uno de ellos el restaurante Hemingway (Hemingway’s Caballito en Facebook), un local moderno y divertido, con una cocina sin grandes pretensiones, pero honesta y bien rica. Vamos, que sin ser tener una carta como la de algunos de los restaurantes de cinco estrellas en los que Javi había trabajado, está rico rico rico. A Javi le parece que lo que hace es fácil. A mí no me lo parece en absoluto y, con la de restaurantes que he conocido, puedo decir que este estaría entre mis fijos en Buenos Aires si viviera allá. Y no porque lo lleve un amigo.
En ese restaurante pasamos varias veladas muy agradables y allá cerramos con todo el dolor de nuestro corazón la visita a Buenos Aires, una ciudad que merece un análisis aparte, junto con el del particular carácter argentino. Lo haremos en el siguiente post, que esto ya queda muy largo. Será que se me ha pegado algo de la Argentina… :)